En el hueco que
asoma entre tus manos
o en tus párpados
tiernos, huye el día
hacia un rincón
oscuro y confortable.
Se acomoda a la
luz de la frontera
para decir que sí,
que vuelve el mundo
a girar en la
órbita de tus meditaciones,
ese espacio de
colores inciertos
en que se vierten
todos los minutos
en una
incertidumbre rutinaria.
Atardecer como
refugio en la frontera.
Entidad propia en
que confluye el tiempo.